A nuestro amigo y maestro Yuval Noah Harari, escéptico ante los grandes relatos religiosos, patrióticos, culturales…, como nos acaba de demostrar en sus tres importantes libros, le aconsejaron ya en en abril de 2000 un curso de meditación Vipassana (introspección, ver las cosas tal como son, en lengua india, muy anterior a Buda). Y fue viendo que para entender la muerte hay que entender la vida y qué es lo que mantiene unida toda la vida. Y aprendió a observar su respiración y sus sensaciones más prosaicas y ordinarias, que son nuestras internediarias con el mundo exterior. Cree ahora que aprendió más cosas sobre sí mismo durante diez días que en toda su vida anterior. Y se dio cuenta de que el origen profundo de su sufrimiento se hallaba en las pautas de su propia mente. Desde entonces empezó a meditar durante dos horas diarias, y todos los años hace un retiro de un par de meses. Ha sido su mejor impulso para escribir sus celebrados libros.
Harari no confunde la mente con el cerebro y reconoce que no tenemos ninguna explicación de cómo la mente surge de aquél, y que, hoy por hoy, la única mente a la que podemos acceder directamente es la nuestra propia. Sin negar las muchas y posibles aportaciones al estudio de la mente por medios indirectos y externos, defiende sobre todo la observación de uno mismo, observación que, con el tiempo, podría resultar aún más difícil, al multiplicarse los relatos que nos impidan saber quiénes somos en verdad. En un futuro próximo los algoritmos podrían hacer imposible que la gente observe la realidad sobre sí misma, decidiendo por nosotros quiénes somos y qué deberíamos saber sobre nosotros mismos. Termina Harari, entre precavido, realista y apocalíptico:
Durante unos cuantos años o décadas más, aún tendremos la posibilidad de elegir. Si hacemos el esfuerzo, todavía podemos investigar quiénes somos en realidad. Pero, si queremos aprovechar esta oportunidad, será mejor que lo hagamos ahora.