En 1999 se creó en España el Foro dela Familia, de carácter laico, que agrupa asociaciones pro familia para ejercer presión contra las uniones entre personas del mismo sexo y contra una cierta educación sexual poco conforme con la doctrina tradicional de la Iglesia. Dos años más tarde, la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal publicaba la instrucción pastoral La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad. También en 2001 nacía el grupo de presión antigénero Hazte Oír, una plataforma laica de larga e intensa actividad en el campo familiar, educativo, cultural y de los medios de comunicación.
Con la llegada de Rodríguez Zapatero al Gobierno de la Nación en 2004, el PSOE anunció una serie de reformas sobre derechos sexuales y reproductivos que incluían el matrimonio homosexual, una nueva educación sexual, el derecho al aborto y las políticas de género. Entre 2005 y 2009 España fue el primer escenario europeo para la movilización católica, con apoyo explícito de la Iglesia jerárquica, contra el matrimonio homosexual, la educación sexual y la interrupción voluntaria del embarazo, y hasta un laboratorio donde activistas cristianos de otros países pudieron aprender, crear y probar repertorios de contención para posteriores oportunidades políticas.
Con el papa Francisco, (2013) y con los cardenales Omella en Barcelona y Osoro en Madrid, respectivamente, cambió en los medios y ambientes eclesiales la estrategia contra los derechos sexuales, con una renovación del tono y de la retórica, pero no de las posturas doctrinales. Ese mismo año, el fundador de Hazte Oír, Ignacio Arsuaga, una de las voces más escuchadas en el XIII Congreso Mundial de las Familias, fundó Citizengo, la marca internacional del citado grupo de presión. Y nacía a la vez el partido de extrema derecha, Vox, cuyo relativo éxito ha sido el de sus asociaciones asociadas. Hazte Oír, por ejemplo, trabaja como una organización que apoya y financia eventos para promover la agenda de Vox, y este actúa como altavoz de sus ideas y exigencias en los ayuntamientos y en los parlamentos regionales y nacionales. Y como esa plataforma, otras de distintas nombres, que son las que hacen el trabajo diario y reticular, que no pueden hacer los partidos, por muy extremosos que sean.
Vox -cuyo presidente, procedente del Partido Popular, tiene muy poco aprecio público por el papa Francisco y por los obispos españoles que más de cerca la representan- ha hecho uso en estos primeros años, como todos los partidos formados por relativas mayorías religiosas, de una ciertas creencias y de una cierta identidad como instrumento electoral. En este caso, una identidad católica, bien tradicional, bien conservadora, bien, sobre todo, católico/cultural. Sin excluir votantes y militantes de otras confesiones, indiferentes, agnósticos y ateos. Vox está lejos de ser un partido nacional-católico. Vox, al mismo tiempo, al decir de algunos expertos, que han seguido sus primeros años de ascensos y descensos, de éxitos y de fracasos, está distanciándose de su agenda más moral para dar prioridad a temas como la migración y la seguridad. Siguiendo el ejemplo de otros partidos exitosos europeos en Francia, Italia, Holanda, Finlandia…