Un viaje muy agradable gracias a unos amigos de Etayo y de Olejua, en una mañana primaveral de mayo entre paisajes primaverales varios. Una casa-jardín en Miramar, entre hortensias, rosas blancas y rojas, arces negros, nísperos, rododendros…, con vistas a otras casas jardín y al mar infinito. Un recorrido por la espina dorsal de Igeldo, a un lado el mar y, al otro, una marea verde de colinas y montes que chocan contra el arrecife de las Peñas de Haya y de Larrún, en busca de cuatro túmulos de la Edad de Bronce, el cuarto de ellos con el hoyo fúnebre libre de piedras. Un almuerzo alegre en una sidrería jubilosa. Una siesta plácida mientras nuestro admirado conductor paga una elevada multa para poder recoger el coche llevado por la grúa. Un paseo final, casi romántico, por el Paseo de la Fe y por el Paseo de la Concha, con Igeldo, Santa Clara y Urgull como telón de fondo, la playa como escenario de la vida festival de las buenas gentes cotidianas, y el mar, oh, el mar, ese sueño primigenio, acercándosenos, llamándonos, arrodillándose ante nosotros, distraídos, y haciendo esfuerzos telúricos por revelarnos el misterio de la creación…