Una historia divisora y dividida

Según el magno hispanista norteamericano, muy presente entre nosotros, Stanley G. Payne, autor de España, una historia única, el nuestro es el país donde existe una mayor controversia acerca de la propia historia (realidad). Ésta, en cuanto realidad e interpretación, aparece cuarteada, fragmentada por cada facción independentista, soberanista, nacionalista, regionalista o localista, de las muchas que se mueven en nuestro mapa, porque cada una de ellas busca su propio lugar en la historia común (realidad e interpretación), que, por cierto -añado yo- las sustenta y las explica. Si es que algunos no aprovechan la confusión y el desconcierto para favorecer similares intereses particulares y partidistas con una legal y obligada memoria histórica, que es, en su misma expresión, una contradicción, un oxímoron, pues la memoria es intrínsecamente individual y, por supuesto, no puede dejar de ser histórica. A Payne, como a muchos de nosotros, le parece increíble que haya habido un juez, por estrella que sea y estrellado que acabado haya, que haya querido anular, por su cuenta, la ley de amnistía de 1977, y recalca vigorosamente que uno de los requisitos de aquel modelo de transición  español fue el rechazo a toda política de venganza, lo que comportaba evitar cualquier búsqueda política o jurídica de justicia histórica. Tampoco tiene empacho el historiador -con quien coincidí en uno de los últimos congresos sobre la Segunda República- en afirmar que la Iglesia, factor fundamental de la constitución de la nación española, es mucho más abierta y tolerante que la religión izquierdista, más intolerante y unilateral. Lo que tal vez Payne no deja demasiado claro, aunque no deja de decirlo, es que ya en tiempos de la Transición, una facción, pequeña pero muy activa, de la extrema izquierda marxista-leninista y anarquista, de la extrema derecha falangista y tradicionalista, y de la derecha e izquierda soberanista, independentista y separatista (¡no sólo nacionalista!) no aceptó nunca ni la reconciliación, ni la amnistía, ni la Constitución, ni la historia común, ni el común futuro. Y ahí están a todas horas, arriba y abajo, aqui y allí, sacando la cabeza, las manos y los pies cuando y donde pueden. Ignorarlo o negarlo es equivocarse mucho.