Me llegaron tarde los números de Vida Nueva sobre la Semana Santa y la Pascua, y tarde por tanto la meditación inédita del papa Francisco, en castellano, titulada Un plan para resucitar. Partiendo de la aparición pascual a las mujeres, de su mensaje de alegría, el papa de Roma reivindica la civilización del amor y llama a contagiarse con los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la solidaridad para la reconstrucción. Página luminosa, que incita a escribir sobre ella a un buen grupo de personas que tienen algo que decir a lo largo de todo el número de la revista. Dios jamás abandona a su pueblo -escribe Francisco-, especialmente cuando el dolor se hace más presente. Y más adelante:
Si algo hemos aprendido en este tiempo es que nadie se salva solo. Las fronteras caen, los muros se derrumban y todos los discursos integristas se disuelven ante una presencia casi imperceptible que manifiesta la fragilidad de la que estamos hechos. La Pascua nos convoca e invita a hacer memoria de esa otra presencia discreta y respetuosa, generosa y reconciliadora, capaz de no romper la caña quebrada ni apagar la mecha que arde débilmente (Is. 42, 2-3) para hacer latir la vida nueva que nos quiere regalar a todos. (…) Este es el tiempo propicio de animarnos a una nueva imaginación de lo posible con el realismo que solo el Evangeio nos puede proporcionar.
(…) Si actuamos como un solo pueblo, incluso ante las otras epidemias que nos acechan, podemos lograr un impacto real. Guerras, pobreza, devastación del medio ambiente… (…) No tengamos miedo a vivir la alternativa de una civilización del amor que es [una cita del cardenal argentino Eduardo Pironio, ya fallecido] «una civiliación de la esperanza contra la angustia y el miedo, la tristeza y el desaliento, la pasividad y el cansancio. La civilización del amor se construye cotidianamente, ininterrumpidamente. Supone el esfuerzo comprometido de todos. Supone, por eso, una comprometida comunidad de hermanos».