La fiesta religiosa y social de la Navidad, que, como fiesta, corresponde a momentos de exaltación y comunión trascendente (no solo religiosa), ha perdido en buena parte de la cristiandad la calidad de tal y ha quedado reducida a la fiesta ancestral del solsticio de invierno o, mejor, a la fiesta de las Saturnales romanas, más cercanas a nosotros: fiestas de reuniones varias, regalos, comilonas, despilfarros, cenas y loterías. Al final de las cuales suele celebrarse que se hayan acabado por fin.
La necesaria laicidad del Estado se confunde a menudo con la liquidación de la dimensión transcendente de la sociedad, de los grupos y de las personas; transcendencia ética, estética, simbólica, espiritual, religiosa. Recogiendo el dicho de que cuando los dioses se desvanecen, aparecen los dioses de contrabando, escribe el antropólogo Ramón M. Nogués: La Navidad ya la tenemos de contrabando.