En su reunión bimestral celebrada en la Casa Santa Marta, en el Vaticano, del 5 al 6 de febrero, con el Consejo de cardenales (C-9), que ayudan al pontífice en el gobierno de la Iglesia universal, el papa Francisco invitó, junto a otras mujeres insignes, a la secretaria general adjunta de la Comunión Anglicana, presente en 165 países, Jo Bailey Wels. Casada y con dos hijos, fue decana (la primera mujer) en el Colegio Ridley Hall (Cambridge), donde enseñó Antiguo Testamento, y profesora de Biblia en la universidad de Duke (Carolina del Norte). Estuvo al frente de varias comunidades anglicanas en varios países de África y en Haití.
Bailey celebra haber sido invitada, como colega, como compañera de ministerio en el Evangelio de Cristo, a compartir la historia reciente de las mujeres en nuestra Iglesia, sabiendo que tenemos mucho en común y mucho que aprender unos de otros, y convencida de que el papa Francisco tiene voluntad de explorar y de asumir algunos riesgos, así como de ejercitar la imaginación en cuanto a las posibilidades de cambio.
Cuando le preguntan expresamente cómo valora el impulso del papa para dar a las mujeres su lugar, esta es su respuesta: No parece tener miedo al cambio: está abierto a las posibilidades de que las tradiciones de la Iglesia sean renarradas y reimaginadas para seguir siendo fieles al Evangelio en los nuevos tiempos y contextos. Y elogia su voluntad de empoderar de muchas formas a los bautizados para que vuelvan a comprometerse, desafío saludable ante el clericalismo.
En este punto resulta esperanzadora la opinión del presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el teólogo Víctor Manuel Fernández, sobre la posible ordenación de las mujeres -cuestión cerrada para los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI-, cuando al dubium presentado por algunos cardenales sobre este asunto respondió que aún no se ha desarrollado exhaustivamente una doctrina clara y autorizada acerca de la naturaleza exacta de una declaración definitiva. No solo los dos papas anteriores, sino su predecesor en la Congregación, el jesuita español Ladaria, dio también por definitiva la doctrina en contra de la ordenación de la mujer.