Lector de sus novelas y de sus artículos, y encantado de su nacionalidad española, de su residencia en España y de su amor a Navarra, he leido con mucho gusto su entrevista con DN, durante su última estancia en Pamplona. Tras discurrir sabiamente sobre la actual civilización del espectáculo y del entretenimiento, repite lo que ha dicho y escrito no pocas veces sobre el nacionalismo: su esencia profundamente antidemocrática y excluyente del otro; su extremo peligro para la democracia; la necesidad de combatirlo con razones y argumentos… No estoy de acuerdo con esa contundente condena, porque todo eso y más se puede decir del nacionalismo extremo, fanático, exacerbado, etc., pero no de lo que se llama vulgarmente, popularmente, nacionalismo, que en otras partes se llama patriotismo. También del liberalismo, demócratacristianismo, socialismo, socialdemocratismo, conservadurismo o radicalismo, cuando son extremos, faanáticos o ultra (más allá de), podríamos decir algo parecido. Si Vargas Llosa se refiere a Castro, Chaves o a los mil caudillos nacionalistas y a sus nacionalismos, americanos o no, que han causado tantas víctimas, y que él ha conocido de cerca, entiendo bien sus palabras, pero éstas tienen que ser matizadas. Nacionalistas normales o patriotas se consideran hoy el noventa por ciento de los ciudadanos del mundo. Además, en esas condenas abstractas parece condenarse también el genuino patriotismo y se deja la virtud patriótica en manos de unos pocos, que no son en buena parte ejemplo de un nacionalismo democrático. Patriotas (abertzales) se llaman hoy, entre nosotros, los miembros del PNV, Geroa Bai, Bildu, Sortu, etc., mientras muchos españoles no no se atreven a llamarse así porque no quieren que los confundan con ellos, o, porque desde Franco patriotismno suena en muchos a franquismo; por eso los independentistas y nacionalistas vascos dicen y escriben estas palabras claves en euskara, no en castellano. Existen, en verdad, muchos nacionalistas: desde los que se llaman así por amantes de su país, sus tradiciones, su lengua, sus costumbres…, hasta los que exigen de cada nación cultural un Estado político, o con su vida demuestran que lo único que les importa, sobre cualquier otro valor, es su país, su patria, su nación. Los hay excluyentes y no excluyentes. Los hay pacíficos o no. Los hay demócratas y antidemocratas. Terroristas y no terroristas. Independentistas y no independentistas. Me sorprende que el Nobel peruano no aluda, en Navarra, a este último extremo, porque del nacionalismo, aunque no siempre, suele surgir el independentismo, verdadero peligro político concreto de cualquier Estado, y, entre nosotros, el principal.- Lejos de mí, pues, no coincidir con Mario Vargas LLosa en la condena del nacionalismo fanático, xenófobo y antidemocrático. Pero no todo él es así. Y no podemos jugar a héroes y villanos con los juegos del lenguaje.