VI Domingo ordinario

 

Jesús y la Ley judía

(Mt 5, 17-37; 19, 1-9; Lc 12, 58-59; 16. 17-18; Mc 10, 1-12; 11, 25; I Co 7, 10-16)

 

Los primeros cristianos seleccionaron,
reformularon y, probablemente, eliminaron
dichos de Jesús sobre la Ley:
la norma, la  instrucción, la revelación de Dios a su pueblo.
Los cuatro evangelistas interpretan, según sus Iglesias,
las palabras de Jesús en cada uno de los casos
y escriben así sus catecismos.

Mateo no sienta aquí ninguna tesis ni cita el programa moral de Jesús,
y solo pone unos ejemplos. Pero ante todo
presenta al Maestro como fiel cumplidor de la Ley y los Profetas.
El no ha venido a abolir la Ley de Moisés, sino a darle cumplimiento,
a darle una forma nueva, permanente, y llevarla a plenitud.
No basta la letra, el rito, la costumbre,
sino el espíritu,
la raíz,
su primordial impulso,
su fin esencial.
Y Mateo contrapone la nueva justicia de Jesús
a la vieja tradición de escribas y fariseos.

No basta, por ejemplo, condenar el homicidio.
Reos también de tribunales son los que insultan, maltratan
y desprecian a sus prójimos. Y es inútil
toda ofrenda ante el altar, si se ha ofendido al hermano.

No basta condenar el adulterio.
Ya lo es desear la mujer del vecino. Y mejor fuera
 sacarse un ojo y cortarse una mano,
si el ojo y la mano nos llevan al vicio.

No basta tampoco repudiar a la mujer y darle el acta de divorcio.
Porque todo aquel que repudia a su mujer y se casa con otra
comete adulterio: la hace ser adúltera. 
Y todo aquel que se casa con un repudiada
comete igual adulterio.

Ni basta con no perjurar.
Porque no hay que jurar de ningún modo:
ni por la  tierra ni por el cielo,
ni siquiera por uno mismo.

Bastan el y el no, para no comprometer
la autoridad divina.

***

A la inmensa mayoría de judíos que oían a Jesús
el rechazo total del divorcio y de cualquier juramento
les parecía absurdo y del todo irrealizable.
No era la voz de un celoso  fariseo
ni la de un escriba versado en la Torá.
Era solo un un profeta carismático ambulante,
sedicente enviado por Dios al final de los tiempos.

Antes de que llegue el día de Yahvé, grande y terrible 
-rugía el profeta Malaquías-,
enviará Dios a Elías el profeta
para reconciliar los padres con los hijos y los hijos con los padres,
sin castigar la tierra con la destrucción definitiva.

Jesús era ese profeta,
exigente Maestro de la Ley,
de la moral definitiva,
y de la vida plena,
propia del reino de Dios en el tiempo final.