Hace años, estando investigando en Simancas, tomaba en Valladolid un un autobús, los sábados y domingos, e iba a visitar algún lugar histórico en la provincia o en las provincias cercanas. Uno de ellos fue Peñafiel. Ahora, acompañado y con un coche devorador de tiempo y espacio, vuelvo a la ciudad de los Trastámara, con motivo del VI centenario del nacimiento de Carlos de Aragón y de Navarra (Príncipe de Viana), a los actos de homenaje que organiza el Ayuntamiento de la ciudad y la Junta de Castilla y León, siendo nuestro amigo Juan Ramón Corpas una de las almas del homenaje. Nos lleva hasta allí no sólo la solidaridad con un amigo creador y solidario cultural al mismo tiempo, sino también la exigencia de una presencia navarra, por privada que sea, cuando falta el acompañamiento institucional debido Y todo el mundo sabe por qué.
Desde que por tierras del alfoz de la villa de Roa, que atravesamos por verla, enlazamos con el cantado río Duero, ya no lo dejamos de vista ni tampoco, a derecha e izquierda, bien hincados en tierras aluviales o recostados en las faldas de una larga teoría de colinas, los famosos viñedos de la Ribera del mismo. Y ahí seguía, impasible, incólume, inconfudible, el castillo de Peñafiel, tan blanco como la piedra caliza de sus tierras, sobre una loma estrecha y larga, que muchos escritores han descrito como un buque varado en altas tierras castellanas. Un buque que transporta en sus bodegas, tras su travesía por el mar revuelto de la historia de España, una buena parte de la de Castilla.
Como no hay tiempo que perder en estos casos, nos acercamos, la primera tarde, a la cercana pedanía de San Bernardo, integrada en el pequeño municipio de Valbuena de Duero, dentro del Campo de Peñafiel, y creada a mediados del siglo XX por el Instituto Nacional de Colonización con los colonos de tres pueblecitos que desaparecerían después bajo el embalse de Buendía en Guadalajara. El poblado que se adorna con unos sencillos jardines delante de cada casa, con una plantación de rosales y de otras plantas y flores, ahora en pleno esplendor, como pocas veces he visto en lugares parejos, se organizó cerca de la célebre abadía cisterciense, fundada en 1143. Además de la iglesia del monasterio, el claustro y dependencias monacales, el conjunto actual, muy renovado, alberga la Fundación de las Edades del Hombre, obra cultural señera de Castilla y León, y, adjunto, en otros edificios aledaños, un muy preciado hotel termal. Todo, a unos pocos metros del Duero.
Visto por fuera monasterio, y reservada para el día siguiente la visita, damos un paseo por unos sotos a orillas del río, dentro de un parque natural, donde en siglos debieron de estar la huerta o huertas, el bosque tal vez, y dependencias agrícolas y ganaderas del Cister de Valbuena.