Madrugada fresquita y sábado cálido de octubre: buen día para el viaje anual a los viñedos de La Rioja, para contemplar los colores otoñales, racimar y comer a pie de viña, con el postre a la mano. Digo racimar, cuando se puede hablar de semivendimiar, porque son tantas las uvas que escapan de las máquinas vendimiadoras, que podría alimentarse durante días una población con ellas.
La sequía ha vaciado ríos y lagunas, ha dejado pasmados árboles y arbustos, y parece haber acartonado también las hojas de las primeras viñas que vemos. Estamos en La Rioja alavesa. Dejamos a un lado nuestra querida Laguardia, siempre airosa y alertada, y por un pequeño carretil llegamos hasta el rincón del dolmen El Sotillo, bien señalado, en términos de Páganos, ruta arqueológica nº. 21.
Bajo seis altas encinas, que han crecido alrededor, es un sepulcro colectivo funerario, del eneolítico-edad del Bronce (4.500-1200 a. C.), en forma de pasillo o corredor de 4 losas y 3 estribos pequeños, cámara casi circular sin cubierta, de 9 losas y túmulo de 12 metros de diámetro y 1´5 m. de altura. Fue descubierto en 1956 por Domingo Fernandez Medrano, y siete años después, estudiado por él, Barandiarán y Apellániz.
Encontraron tras las excavaciones restos líticos (entre ellos, una hacha), óseos, cerámicos y metálicos (una flecha de cobre). Según el estudio de ADN, llevado a cabo en Harvard, uno de los enterrados aqui posee el haplogrupo del pueblo Yamna, originario del Caspio o del Cáucaso; otros descubrimientos similares han tenido lugaren países cercanos europeos. Como en todos los monumentos megalíticos de Álava, un espléndido panel da cuenta con texto y fotos en color de este dolmen, y enumera los vecinos.
Por la tarde, seguimos rumbo a Elciego, por una pequeña carretera que avanza entre viñas, hasta encontrar la señal del Alto de Castejón, enfrente de la villa de Navaridas, de la misma raíz lingüística que Navarra.