(Sobre Is 53, 11b-12; Is 55, 3; Jr 3, 12b.14a)
Ya no es sólo el Siervo de Dios quien justifica.
Es el Hijo predilecto del Padre omniamoroso.
No necesita Dios víctima alguna.
Ni busca la revancha; ni siquiera
la más piadosa expiación.
Él es leal. A nadie que le busque
le pone mala cara.
Con nadie es rencoroso eternamente.
Pero el Hijo cargó en su vida inmaculada
con todos los crímenes del mundo,
con todos los despojos de la pobre multitud.
Escrito está en la historia universal:
que muchas veces pagan
justos por pecadores. Entre éstos
el Justo fue contado,
vilmente perseguido
y expuesto hasta la muerte ignominiosa.
Él nos dijo la última Palabra
para andar el camino de la vida.
Con su sangre inocente nos libró
de la carga de la sangre y de la muerte.
Dios selló con nosotros, sus hemanos de carne,
la alianza del amor y la presencia,
prometida a su Pueblo
desde siempre y por los siglos.