Con el regusto del vermú pascual de Mendavia, nos vamos a yantar y sestear al parque fluvial de Lodosa, El Ferial, junto al puente, donde el río Ebro es más bello. No hay nadie a estas horas y nos basta el rumor del agua y de los álamos, fresnos, alisos y sauces. Podía estar un poco más limpio el parque, eso sí. Cuando la gente comienza a moverse por la alameda, vamos contemplando los diecinueve ejemplares supérstites de álamos blancos (populus alba), añosos, cortezosos, majestuosos, braceantes, ahora en plena floración primaveral, cuyos muchos huecos acogen un millar de musciélagos enanos, y que hicieron que la alameda fuese declarada monumento nacional en 1991.
Pasamos el viejo molino y desde el pequeño mirador admiramos mejor la belleza del río, donde el sol de esta tarde riela, pero no con luz trémula, sino intensa y cegadora, y aquí entendemos mejor que un día los liberales, afincados en la villa, cortasen las ramas altas de los álamos para poder ver mejor a sus enemigos carlistas, que los veían y vigilaban desde los montes cercanos. Lodosa es también el pueblo más cigüeñero de Navarra, con 98 nidos de esta ave fluvial. Nos metemos en el Paseo de las Acacias, vetustas, retorcidas, cogidas de las ramas unas a otras, venerables, todavía en su sueño invernal, a punto de despertar. Al otro lado, en el parque El Medianil, a la vera del Ebro, se ha imaugurado hace poco todo un Parque Botánico de 42 especies, que van desde la salix sepulcralis, sauce llorón, hasta los menos conocidos entre nosotros. Aun faltan por colocar muchas placas que vayan explicando quién es cada uno de los huéspedes. Paseamos también nosotros, entre tan queridos y no extraños acompañantes, con la buena gente que pasea por aqui, hasta llegar al campo de fútbol, hacia donde van muchos jóvenes. Y después salimos por la carretera hasta donde se abre el canal de Ebro y nos espera el paciente acueducto romano, desde los tiempos de nuestros emperadores Trajano y Adriano.
Antes de volver a contemplarlo por enésima vez, nos asomamos al gran río que es aqui el padre Ebro, el Ebro padre: seguro, ubérrimo, derramado, partido en tres, al que vienen a ver las gentes, las tardes de fiesta. Despedimos al gran Canal, que de aquí sale, casi clandestinamente, del azud o presa de Los Mártires (san Emeterio y Celedonio, decapitados en Calahorra el año 300), desde el año 1935, después de dos siglos de proyectos, para regar 33.500 hectáreas en 127´5 kilómetros de curso por tierras de Navarra, La Rioja y Aragón, por donde lo hemos encontrado tantas veces.
Y de las aguas al aguaducto, al acueducto, en término de Alcanadre-Lodosa. No es el de Segovia, precisamente, sino el Puente de los Moros, como aqui lo llaman, pensando que los moros, ya se sabe, eran más antiguos que los romanos. Comparado con aquél, parece una reata de nobles burros que se yuxtaponen para cargar con algo muy grande y muy pesado, como era soportar la corriente del Ebro, sus crecidas e inundaciones, haciendo de puente y de acueducto. Está hecho de aglomerado de mortero y cal, revestido de sillarejo, 4´80 metros de luz y pilares de 1´10 metros de ancho. Eran 108 los arcos originales, de los que quedan, enteros, quebrados y meros residuos, solo 13. Fuera cual fuera su destino, hoy en discusión, pasando la carretera, junto al área de descanso, la canalización romana continúa, a cielo abierto, un centenar de metros, con dos de profundidad y una anchura de 2 y 2´25 metros.
¡Cualquiera que sea el responsable del terreno haría bien en limpiar de zarzas y zarzales el pequeño tramo del canal, hoy en estado salvaje!