La revolución de las mujeres, es decir, el movimiento mundial en pro de la dignidad y de los derechos de la mujer, es uno de los signos primordiales de nuestro tiempo y uno de los más prometedores en un próximo futuro. Su éxito es innegable, por mucho que quede por hacer todavía.
Pero, como en todo movimiento plural y complejo, conviene distinguir bien los planos y las realidades. Basta con leer las crónicas de hoy sobre las manifestaciones de ayer, Día de la mujer trabajadora, en todo el mundo, y especialmente en Madrid, para poder aclarar las muy distintas concepciones y proyectos dentro del movimiento feminista. Como dentro del movimiento pacifista. O ecologista. O cooperativista.
Hace no mucho tiempo nos enteramos de la expulsión de la coalición Izquierda Unida del Partido Feminista, fundado y pilotado desde 1977 por la dirigente comunista, víctima del franquismo, abogada, doctora en filosofía, periodista, autora de varios libros, la catalana Lidia Falcón, acusada, entre otros cargos, de odio a determinados grupos de feministas. ¿Y qué sostenía Falcón? ¿O de qué se quejaba? Pues de que determinados grupos feministas de hoy, como la Federación Plataforma Trans, quieran que desaparezcan las mujeres; de que se hable solo de progenitores gestantes y no gestantes; de que no haya, según esos grupos, ni padres ni madres, ni mujeres ni varones; de que se diga que no se nace con un sexo, sino con un género, abriendo la puerta hasta a legalizar la trata de mujeres para alquilar úteros que fabriquen niños…
Ya no somos mujeres ni hombres, ni padres ni madres -escribía Falcón tras su expulsión de IU-; son los trans los que van a dictar la ética, la política y la estrategia del feminismo. (…) Ya no no tiene sentido nada, ni el óvulo ni el esparmatozoide. (…) Cualquiera va a poder ser o cambiarse de sexto cuando quiera.